Eclipse de cuerpo, de Pedro-Juan Valencia (Pre-Textos) | por Juan Jiménez García
Esa frase: Ser joven es no sentir el cuerpo. Esa frase me ha ayudado a poner en orden algunos pensamientos confusos sobre mi propio presente. Sí: envejecer es descubrir, un día, que tenemos un cuerpo. Y que, además, ese cuerpo es frágil, vulnerable. Eclipse de cuerpo es una novela sobre la disociación del protagonista y su cuerpo, pero en realidad es otras tantas cosas, y esa disolución un sentimiento, una sensación, dentro de una vida en fragmentos (la única manera posible de escribir realmente sobre una vida, siempre fragmentaria en nuestro recuerdo, producto de innumerables lagunas y olvidos, de recuerdos cuidadosamente escogidos por aquello que creemos azar, ciertos, inciertos o directamente falsos). Para Pedro-Juan Valencia, seudónimo de un misterioso escritor ausente, desconocido, disociado pues de su obra, como el protagonista (¿él?) lo está de su cuerpo, esos fragmentos son de una brevedad y abundancia notables. Apenas destellos en las no demasiado complicadas vidas de la familia formada por la cubana y el polaco. Ella profesora de música, él conocido instrumentista, y sus seis hijos, cada uno posicionado con respecto a los otros por su orden sucesivo y por su habilidad para aquello que los une, la música.
Digo destellos, pero me viene a la cabeza la imagen de fugaces rachas de luz que van iluminando una imagen, en este caso, fragmentos de una imagen. Encontramos al protagonista, anónimo hasta bien avanzado el libro, como alguien que se revela a través de los demás. Podría pensar en esto: sus pensamientos atraviesan el libro, son el fundamento y la primera persona, el hilo que los une, que teje la historia. Sus pensamientos son la reconstrucción ampliamente elíptica, pero no por ello incompleta (porque nada echamos de menos), de su familia, entendida como un conjunto de anhelos musicales que construyen sus vidas personales, por acción o por reacción. Tengo despegado el cuerpo del alma, es la primera frase. El alma sería, pues, esos pensamientos. ¿Y el cuerpo? El cuerpo son sus hermanos, los otros, los demás. Como si cada uno, al irse, al alejarse de él, se hubieran ido llevando su fisicidad. El protagonista, un virtuoso de la interpretación, pero que, en palabras de su propio padre, no llegará a ser un genio ni a tener una carrera brillante porque le falta ese algo más para serlo, y se convertirá en arreglista de la música de los demás, como el escritor es, en buena medida, el escritor de la vida de los demás, atravesadas por su propio yo. Escritura y oficio convergen en un único punto.
Es inevitable al hablar de cuerpos disociados y sus eclipses pensar en el Doctor Jeckyl y Mr. Hyde, y así lo reconoce su propio autor en la contraportada del libro. Pero siendo así habría una notable diferencia, y es que uno y otro no se suceden en el tiempo, sino que conviven en el mismo. Aquí (y eso también son palabras del misterioso autor) no hay hechos extraordinarios, solo realidad. Y la realidad no suele tener nada excepcional, pese al catastrofismo de los telediarios. Extraño es vivir algo que no han vivido ya tantos antes, vivirán después o viven en ese mismo momento. Cierto que eso no evita que nos sintamos siempre especiales e incluso únicos, pero es así. Lo fascinante de Eclipse de cuerpo es como Pedro-Juan Valencia es capaz de sostener toda una saga familiar, que en otras manos daría para miles de páginas, en unos cientos, como es capaz de que la escritura responda a esa ausencia de lo excepcional y nos retenga en lo ordinario con lo mínimo y que el tema fantástico al que responde su título sea, después de todo, una cuestión literaria. Un dilema universal (la constatación de la existencia del cuerpo y, a la vez, de su disolución) se convierte en una manera de escribir, de contarse a través de los demás, en contraposición a estos, a través de estos y, a ratos, como un yo, rodeado de niebla y sueño. Como todos, de incertezas.